las cuales no hallo, pero no me rindo. Sigo mi camino,  ahora con miedo, que me paraliza. Paro. Me siento a pensar y trato de  tranquilizarme. No puedo. Decido correr, sin mirar hacia ningún lado,  sin pensar, sin punto de conexión con la realidad. Entonces me doy  cuenta (pensé, inevitablemente) de error que estoy cometiendo, y me  decido a volver. Pero ya es tarde, la niebla no me deja ver hacia atrás  ni retomar mi antiguo rumbo. Me encuentro aun mas desorientado que  cuando empecé. Pero sigo inexorable. Trato de no rendirme, como lo hice  alguna vez.  En la ansiada espera de encontrarme oigo voces a lo lejos. Comienzo a  gritar e intento que alguien me escuche. Nada. Sigo mi instinto. Esta  vez no miro donde piso, solo me dejo llevar por lo que oigo. De repente  veo una luz brillante, tanto como el sol. Me veo obligado a elegir entre  lo que veo y lo que oigo. No lo dudo, sigo las voces con la esperanza  de encontrar alguien que me pueda decir dónde estoy parado.  El viento ya borra mis pisadas. Sigo perdido. El miedo vuelve y el  camino se hace cada vez más tedioso. Trato de sentarme y reflexionar,  pero las voces, todavía en mi cabeza, no me dejan. Grito totalmente  desesperado, cansado y eufórico, entonces de repente las voces que creía  escuchar, aquella que había estado siguiendo, desaparecen.  Solo me queda la luz, esa tan brillante como el sol…Miro siempre al sol que se va porque no sé qué algo mío se lleva.
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